Reflexiones de una auditora durante el confinamiento.

Aterricé el lunes 9 de marzo desde Galicia. Era de noche y volvía de una auditoría. Sonó el móvil con un correo de mi jefe ¡Ding! Y el martes ya me quedé en casa. Bueno, pasé un día por la ofi, casi furtiva, a recoger cosas, sin saber muy bien qué ¿Me llevo todo? ¿Será para largo? ¿Riego las plantas?… Seguro que te suena.

Cuando comenzó el baile, esas primeras semanas andábamos todos sin creérnoslo demasiado, como flotando, y las auditorías que teníamos pendientes de cerrar estaban en el aire y no terminaban de concretarse. Tres semanas después tuvimos la primera auditoría en remoto y fue complicado, todo un reto. Pero me estoy adelantando.

Preparar esa primera auditoría fue parte de esa sensación de irrealidad en la estábamos sumergidos. Todo era nuevo, pero no. Todo era como siempre, pero no. Similar a lo que se siente al regresar a casa tras un largo periodo fuera. Extraños en nuestra propia piel.

Esas tres semanas previas las pasamos preparando un informe con una selección de requerimientos para el cliente, requerimientos que en condiciones normales se evaluarían in situ y de manera oral, y ahora se imponía la distancia. Fue arduo, porque en nuestras auditorías hay muchos requerimientos de controles en los que es difícil saber de antemano si con una única evidencia documental será suficiente, o serán necesarias más, y en ese caso, hay que determinar cuál es la evidencia que será necesaria. Es un jardín de caminos que se bifurcan.

Bueno, pasaron las tres semanas y llegó la peor parte, lo que más costó, hacer la revisión en sí una vez que nos enviaron las evidencias. Menos mal que para entonces ya teníamos protocolos bien definidos para el trabajo en remoto. Lo que recuerdo de esos momentos es pensar, de forma recurrente, que no me gusta hacer revisión documental. También es cierto que son más fáciles aquellas que no tienen requerimientos previos, algo que multiplica el tiempo en diálogo con la empresa, pero es que me gusta más estar en vivo, aunque para entonces ya era en remoto y conectados. La verdad es que, comparado con lo que hacíamos en persona, la diferencia es que entonces ya era todo a través de una pantalla, faltaba el contacto personal, el vernos la cara, porque sólo vemos lo que nos proyectan. Y encima no nos hacen el tour por la empresa.

La suerte que he tenido es, que en esta empresa, desde antes de que comenzase este episodio sacado de la mente de algún guionista barato de serie B, ya estábamos preparados para el trabajo en remoto. Al menos técnicamente. La interactuación con los clientes son otra historia, a lo que le suma que en casa me cuesta concentrarme. Yo no tenía un espacio dedicado a trabajar, tenía un lugar para el ordenador, pero era el de jugar a los SIMS. Tuve que dejar de jugar y hacer un proceso mental de que esa era ahora mi nueva oficina. Llevo toda la cuarentena sin jugar para evitar tentaciones. Y la puerta cerrada. Siempre la puerta cerrada. No puedo escribir con ruido. De vez en cuando salgo a la nevera, le doy un beso a Mario y sigo currando. Aunque he ganado en aprovechamiento del tiempo. Cuando suena el despertador me quedo 20 min en la cama, luego desayuno y de ahí me voy a la mesa. He ganado que ya no tengo la prisa de la ducha y a correr, y no tengo una hora de traslado de ida y otra de vuelta. Esta es la nueva normalidad para mí. Aunque lo que peor llevo es ponerme la alarma para fichar.

En cuanto a la interacción con los clientes, ellos también suelen estar en su casa y la conexión entre ambos es casera. Depende de la que tengamos instalada cada uno de nosotros, no de la que tengamos en la empresa, y eso se nota. Hace poco, en una conexión, me quede sin internet y se me congelaron las imágenes, y me veía a mi misma congelada con cara de lela. Eso no es grave, peor es que no reconozco quién habla por la voz o no sé a quien dirigirme para preguntar algo. Bien es cierto que la relación con ellos ha cambiado y están como más tranquilos. Cuando antes, siendo presencial, algo no cuadraba, se ponían nerviosos al responder, ahora no, y a mí me pone muy nerviosa que el cliente esté nervioso. Que estén ellos más tranquilos me hacen sentirme más relajada. Y no sé por qué, quizá porque estamos cada uno en nuestra casa y se genera una cierta intimidad. De alguna forma estaría bien que esto se hiciese normal, porque los sentimientos no entran tanto en juego. Pero sólo esto, porque la pérdida de contacto, de cercanía, de presencia, tiene otro problema: estando ahí, pasando el día juntos, hay momentos muertos que invitan a conversaciones livianas, supuestamente banales, llenas de anécdotas, repletas de detalles que, a veces, te hacen fijarte en otros detalles que enriquecen la auditoría. Ahora no. La calidad de las certificaciones es igual, se mantienen los mecanismos de control y los protocolos, y en última instancia, si te quieren intentar engañar van a hacerlo, en remoto o de manera presencial. Ser auditor no es solo saber auditar, tener los conocimientos necesarios para hacerlo, también es saber controlar estados de animo, y transmitir que nos mantenemos como la parte neutral. Si antes era complicado, ahora lo es más.

Y luego llega el momento de entregar los resultados y ahí sí, es todo más tenso, por la distancia y la ausencia de lenguaje no verbal. Incluso si hay imagen del otro en pantalla, sólo ves un cuadro, como en la fotos, que pueden ser muy mentirosas. Es todo muy impersonal. Se pierde la parte de la relación humana, que al fin y al cabo es lo bonito de todo esto. Sigo echando de menos el contacto personal.

Me ocurre lo mismo con los compañeros. Todas las mañanas tomamos un café virtual (gracias Antonio, fantástica idea que tuviste) a la misma hora, para hablar de nada y de todo, como cuando íbamos al rincón de la cafeína a pegar la hebra. También tenemos otro encuentro virtual todos los viernes, ahí sí para hablar de trabajo, y vamos poniendo en común lo que vamos haciendo en los distintos círculos. Y la verdad es que no hemos parado de dar el callo ni de estar en contacto, pero estamos perdiendo el ambiente, el humor, el mantener la relación más allá de cinco minutos.

Sé que todo será de nuevo igual, pero lo echo mucho de menos.

Hoy lunes día 6 regresamos a Lopez de Hoyos, nos hemos sacado sangre para ver si tenemos el bicho, hemos comprobado que funcionan la cafetera y el WiFi, y hemos establecido turnos. Jamás pensé que diría esto, pero, ¡qué ganas tenía de volver a la oficina!

 

La autora, Patricia López, es Auditora y Responsable de Supervisión de LEET Security.

 

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